jueves, 20 de noviembre de 2008

Pruebas

Crónica-Ficcional)

A las 22.00hs. nos juntábamos en la esquina del Mc Donald’s de Carlos Pellegrini y Corrientes.
A las 21hs. salí de casa para tomarme el 99 a la vuelta. Me prendí un pucho a la espera del monstruo de ruedas gigante.
Subí y coloqué la moneda plateada y dorada en la rendija del aparato. El segundo asiento contra la ventanilla estaba vacío. Me senté, saqué del bolsillo de mi chaleco de invierno mis auriculares del celular, comencé a hacer la parabólica para ponérmelos (pasar el derecho por detrás del cuello, colocarlo; colocar ahora el del lado derecho; enganchar la parte del manos libres en el cierre del chaleco; pasar el cable por debajo de la ropa para que no se vea y quede estético; agarrar el “pituto”, que se encaja en el celular; presionar la opción de”walkman”; elegir “artistas”; y por último darle “reproducir” al tema).
Una de las pocas cosas buenas que hace esta nueva tecnología es que al no dejarte escuchar el ambiente, y si uno es un poquito inteligente, puede apreciar el mundo sólo con los ojos y el sentido del tacto. Bueno el sentido del tacto no tanto sentado en una butaca del colectivo.
Bueno volviendo. En eso, suben dos pibes. Uno de ellos se dirigió directamente a uno de los dos asientos vacíos que estaban al otro lado del pasillo, justo enfrente del mío. El otro se quedó en la puerta, esperando su turno para informarle al chofer el destino y abonar la tarifa correspondiente.
Metí la mano en el bolsillo del pantalón y agarré el celular. Tiré hacia fuera, toqué el botón de “OK” para ver la hora – 21.30 – faltaba la mitad del recorrido.
Apoye la cabeza contra la ventana para aprovechar los pocos minutos para dormitar un rato. Me agarré el pelo y tiré, casi me quedo sin la mitad de mi cuero cabelludo, siempre me pasan esas cosas a mi.
Volvió la curiosidad del bondi. El chico ya había sacado boleto y estaba sentado al lado de su amigo, que por lo visto no eran solo amigos ya que iban agarrados de la mano. Me detuve a mirar y observar cómo seguía el camino hasta que me bajara del colectivo.
Delante de los muchachos iban sentados un chico contra la ventana y al lado una adolescente, el chico estaba disfrutando el momento que mi pelo y la ventana no me dejaron disfrutar. La chica estaba escuchando algún tipo de música o radio conectada al celular al igual que iba yo, por mala suerte me perdí la parabólica.
Me fui para delante de golpe, como siempre nadie te avisa cuando va a frenar el bondi y una sale volando y se termina colgando de lo primero que encuentra como acaba de suceder. Un hombre que estaba parado frente al asiento de atrás donde estaban los dos chicos agarrados de la mano (uno mirando por la ventana el otro hacia el abajo), se fue para adelante. Al frenar el colectivo, y por no llevarse puesta a la persona que tenía delante, manoteo el primer asiento que encontró, quedó dado vuelta con la mochila hacia delante (eso en realidad era una parabólica).
Todos en su lugar, el colectivo abrió la puerta, subió gente, sacó el boleto y se dirigieron todos hacia la parte de atrás.
Miré por la ventana para ver donde estaba – Viamonte y Libertad – la próxima me bajaba.
Observé por última vez a los chicos, por pura curiosidad se podría decir. Uno le estaba acariciando la pierna al otro. Me fijé las cara de la gente que tenía alrededor para ver si encontraba alguna expresión. Falló el intento.
Me levanté, toqué el timbre. El colectivo cruzaba la 9 de Julio. Frenó a mitad de cuadra (en Viamonte entre Carlos Pellegrini y Suipacha). Bajé.
Caminé hasta la esquina y fui por Pellegrini. En la calle todavía estaban los vendedores ambulante. Pasé la locura de peatonal Lavalle un sábado a la noche y al llegar a Corrientes, cruzé y fui hasta la esquina del Mc Donald’s.
Me apoyé sobre el enrejado y miré hacia ambos lados a ver si venía.
Ahí estaba. Llegó y le di un beso. Miré alrededor. Nada.

Juan Pablo Mangieri

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