jueves, 14 de agosto de 2008

POLITEAMA

El grupo era vocinglero , ruidoso y alegre.

Festejaban un fin de curso de teatro , o algo similar.

Eran más de una docena de todas las edades, desde mi mesa se veía incluso un niño;

nieto o hijo de alguno, vaya a saber.

Lo que de ella me llamó la atención fue el efecto de su pelo rizado bajo el foco

de luz que armaba una extraña escenografía en el rincón donde estaba.

Su mano menuda dibujaba arabescos en el aire; pero no podía escucharla , el ruido anónimo y

cotidiano del bar me lo impedía.

Era interesante ver como entraba y salía de la animada charla general. Cambiaba

sutilmente su postura, desde la atenta e incisiva a la de una lejana prescindencia hierática,

como las viejas , gastadas y eternas máscaras del Politeama que observan todo , arriba , desde

hace años.

Era apenas perceptible.

No pude dejar de preguntarme cual sería la razón de esos cambios. Un ligero interés?

Aburrimiento cortés ?

Quizá una ligera burla hacia el cincuentón largo que, a toda costa intentaba manejar

el ritmo de la charla.

O una cruel ironía mirando al colorido papagayo que, probablemente hacía una

década, había sido una agradable veterana.

El hombre no miraba a la muchacha, pero pude percibir que estaba pendiente de sus cambios

de humor.

El también los había notado, me llevaba mucha ventaja en tratar de comprenderlos.

Lo que para mi era un ejercicio intelectual ; probablemente fuera en el una necesidad

vital. Repentinamente los personajes fueron tomando su lugar frente a mis ojos.

El papagayo la odiaba.

El resto del grupo, como un silencioso coro daba un marco al callado y no por repetido

menos triste drama.

Sería amor real el del veterano por la muchacha?

O acaso amor real el de la mujer por el hombre que empezaba a enfrentar

lo inevitable?

De pronto no supe si era un ángel o un demonio. Claramente la situación le era ajena

y el drama de los sentimientos estaba a cargo de dos gastados seres que sólo buscaban un

poco de felicidad.

Súbitamente, como un cambio de plano apareció el muchacho.

No lo vi acercarse, surgió de entre la gente.

Ella se fue con el.

Detrás del humo azulado de mi pipa se insinuaron dos tristes sonrisas, aceptando lo inevitable

resignándose al recuerdo del amor, ya que éste no era posible, usándolo como un soplo

caliente de vida.

Le pagué al mozo mi café.

Caminé Corrientes abajo, perdiéndome entre el gentío de la tardecita de otoño.

El fresco viento de abril ayuda a olvidar.

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