de acá venimos

jueves, 14 de agosto de 2008

TRIPTICO

RÉQUIEM

El cuerpo estaba tirado, sólo , en la esquina de Cangallo y Libertad.
En el anochecer frío y ventoso de mayo el viento movía los pocos pelos que asomaban debajo del diario que intentaba cubrirlo.
El punto rojo , absurdo como el final , aparecía como dibujado , limpio en el medio de la frente.
A pocos pasos, el colimba; nervioso en su uniforme verde apretaba el FAL tratando de no ver. El UNIMOG humeaba mientras el oficial hablaba por radio.
“ Estaba calzado?” preguntaba , crujiente de estática la voz cuartelera.
“ Positivo, tenía un trombón y una energa “.
El resto de la patrulla charlaba, nerviosa, en la caja del camión.
Un 504 , a contramano por Libertad, cortaba el tránsito , mientras unos tipos de aspecto patibulario a pesar de sus patillas y barba candado caminaban por Cangallo , mirando todo.
A su paso , los transeúntes aprovechaban la excusa del frío para hundir la mirada en lo profundo de las bufandas. La experiencia es el mejor de los maestros, todos saben quienes son y suponen que es lo que hacen.
La calle, helada y dura , destilaba tristeza.
Mario , viendo el cuerpo vencido se pregunta si valió la pena , si morir así servía realmente algo para la causa de los desposeídos.
Envidió la pasión que llevó a ese hombre a morir por lo que creía. Se sintió tempranamente viejo y cansado.
Cómo se puede estar cansado a los dieciséis años? Sólo si se ha visto demasiado el lado oscuro de la vida.
Dark side of the moon.
Pink Floyd y el tiempo y saber con absurda e inexplicable certeza que los muertos van a ser muchos y que el camino no es oponer pistolas y voluntad a la fuerza represiva del estado.
Siguió caminando hasta Tribunales, aliviado de pasar inadvertido.

Tenía que hablar con S.

LACRYMOSA

Llegó a casa temprano.
Sacó la malla Arena de competición y la enjuagó meticulosamente, para sacar todo resto de cloro de la pileta. Hay que cuidarla, es cara y no es fácil de reponer, el sueldito de cadete es magro y apenas alcanza para los gastos y aportar algo a la casa.
Caminando hasta su habitación, le extrañó ver luz por la rendija de la puerta del cuarto de sus padres y que nadie saliera a preguntar como había sido el día.
El perro, para variar , no paraba de hacer saludos, saltando, gruñendo y gimoteando para robar una caricia cansada.
-Vamos- le dijo y tirando el bolso sobre la cama dio media vuelta y se dirigió a la cocina a buscar la correa.
Ya en el ascensor, se dió cuenta que el ruido no había generado el comentario habitual, seco y cortante.
De paseo, sintió la alegría del perro, que, sin cesar iba de un árbol a otro, marcando todo lo que encontraba en el camino.
Se dio cuenta.
Justamente eso era lo que no tenía, lo que faltaba en su vida.
Alegría. Risas en la casa.
Menos rituales a sostener y más emoción auténtica.
Cuando volvió, casi una hora después, la puerta de la habitación de sus padres seguía cerrada y la luz todavía prendida.
Golpeó, suavemente primero y luego, como nadie contestaba, más fuerte.
Inseguro, abrió la puerta y vió a su madre, los ojos en blanco, tirada en la cama.
El vaso estaba prolijo en la mesita de luz, la nota –Perdón no aguanto más- pulcra y definitiva apoyada sobre el reloj.

DIES IRAE

Secos, los tiros eran una advertencia.
Por Gaona, la camioneta avanzaba a toda velocidad.
Al llegar a Solier dobló hacia Ramos Mejía .
Los brazos armados asomaban por las ventanillas mientras el olor a frenos exigidos y el ruido del motor en el rebaje llenaban la avenida.
El Falcon Sprint – verde – se detuvo en la esquina de Jonte y Solier.
Los itacasos sonaron a cañonazos mientras la gente se tiraba al suelo.
El tiroteo fue instantáneo y brutal.
La camioneta no se detuvo, subió a la vereda y logró seguir por Solier hacia el Sur.
El Falcon, en un chirriar de gomas, la siguió.
El silencio en esa esquina de Ramos se hizo opresivo.
Todo había durado menos de tres minutos.

Así perdió S.

Mario no pudo despedirse.

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